sábado, 11 de agosto de 2012

(¿Qué podemos esperar? / ¿Qué queremos?)


Foto tomada en el cerro Ñielol, Tco.
"¿Qué planes tienes para el futuro?" Es una pregunta que acabo de leer en uno de los muchos -y a veces inspiradores- blogs que sigo. Es una pregunta común, cliché de hecho. Pero aún así parece angustiarnos a todos por igual, en todos los idiomas, en todos los climas, bajo todos los colores del mundo.  Y, en un momento no digno de grandes pensadores, trato de reflexionar en primer lugar que significa la frase por sí misma, lucho contra mi tendencia –propia de la educación que he recibido- a descomponerla en partes, a analizarla desintegrando el todo y haciéndole perder el sentido en un proceso digno del ser mas obtuso. La resistencia se impone. ¿Qué planes tienes para el futuro? …Por más que lo intento no le hallo el sentido. Francamente, ¿a quién le importa el futuro?, más aún, ¿a quién le importa el futuro en planes? Porque finalmente esa parece ser la única variante de futuro que obtenemos: los planes. De pronto me siento asquerosamente presionada a inventar una respuesta. Pero no la tengo. Siempre lo he sabido, y eso es tan maravilloso como trágico porque son muy pocas las cosas que realmente sé. Sé que no puedo responder a una pregunta de ese tipo porque al hacerlo estaría borrando las múltiples ramas invisibles del árbol de mi vida. Me estaría decidiendo por una y no podría evitar desesperar al perder las otras, no podría dejarlas partir porque no me parece justo, porque siempre han estado conmigo porque las necesito así, allí, siempre desplegadas, parcialmente iluminadas anunciándome que existen como opciones, pero más aún como salidas.  Cuando me inclino por una de esas vías milagrosas sé que me embarco en un juego de avance y retorno, tarde o temprano la pregunta maldita u otra del mismo calibre se presentara en mi ventana, en mi mesa, en mi cama y no me dejara mirar, comer o dormir. Lucharé contra ella un tiempo, trataré de ser condescendiente, buscaré culpables. No los hallaré. Entonces me indigno contra el mundo, luego veo que eso no me está ayudando en nada. Le pido disculpas. Nos reímos un rato, la verdad es que nos queremos bastante pero odiamos reconocerlo; nos miramos, nos sentimos, no quiero apartarme de las sensaciones vivas, no quiero apartarme de las sensaciones libres, no quiero apartarme de las sensaciones…Pero tengo que responderle. Es él quien me lo exige, es una fuerza invisible pero a la vez perfectamente identificable: es un momento y un lugar. Uno más de tantos que han existido. Algunos han visto sus caminos ensombrecidos por otros monstruos que ni siquiera podría imaginarme abatiendo, y han salido del embrollo. Muertos, por supuesto, no hay que engañarse si así es como salimos todos. ¿De qué otra forma si no? Entonces me siento tentada de abalanzarme en un ataque de ira contra ese momento y ese lugar que me constriñe, pero no logro hacerlo porque me conduciría irrevocablemente a una lucha contra mi propia existencia. Si no quiero el momento ni el lugar estoy en toda libertad de dejarlos. Ese es el juego. ¿Cuándo me preguntaron si estaba dispuesta a jugarlo? Me subieron al tren sin siquiera pensarlo, la cadena de hechos posteriores no estaba determinada, claro que no, pero el color de fondo siempre fue uno y yo no lo elegí. Lo peor es que odio las relaciones asimétricas. Odio las relaciones…porque son asimétricas. Estoy en una encrucijada, ya lo he visto, pero no puedo sino divagar por la hoja regocijándome en las libertades que la nada me provee, es inevitable desear plagar sus inmaculados rincones, es una tendencia inevitable a querer dejar huella…a desear convertirse en algo más que el ser actual, a añorar ser también, además de presente, futuro.
Desespero nuevamente. Me rehúso a aceptar la posibilidad de un instinto natural de ese tipo. De una inclinación animalesca, casi bestial a marcar territorios que por lo demás estoy segura no me pertenecen. ¿Planes? No sé qué significa eso, seguro lo hemos inventado en algún momento reciente de nuestro retorcido avanzar hacia el suicidio del “ser humanos”, no quiero pensar en esos términos, no quiero cumplir con metas porque las metas me obligan a tomar caminos estrictos y a cortar arbitraria e indisolublemente las ramas de mi querido árbol. Las metas son expectativas, fines a los que por alguna misteriosa razón que debe  esclarecerse y exponerse al mundo de manera que éste la apruebe, se pretende llegar por un camino racionalmente definido: planificado. La planificación implica una definición de pasos a realizar, la elección de determinadas estrategias y técnicas para conseguir el "fin" del modo más rápido, efectivo y seguro para uno mismo. Pero no es tan fácil. Las metas suelen estar en disputa, el espectro de metas apetecidas por los humanos es pequeño por lo que es preciso elaborar cada vez estrategias más finas y sofisticadas con el objetivo de acaparar el fin antes que los contendores. La vida se vuelve competencia. Los árboles se talan. Vivimos en cajas. Deseamos ampliarlas cada vez más, mejorar las comodidades, quizá una mejor vista, una mejor ubicación...Las paredes siguen siendo cuatro. Haz alcanzado la meta. Miras a tu alrededor. Paredes. 1,2,3,4. Añoras algo pero no sabes lo que es. Imaginas una nueva posibilidad hacia el futuro, una nueva adquisición para tu caja, algún ornamento quizá...no te decides, pero ya debes aprestarte a trazar tu camino o se te agotará el tiempo. 
Despierto sobresaltada de la horrible pesadilla. No quiero estar en la caja. No quiero. NO QUIERO. No deseo paredes sino ramas. Entrelazadas, múltiples, infinitas, vivas. Me aferro a ellas y reconozco una sentencia simple pero crucial: no quiero competir. No quiero tener que ganar o derrotar a alguien. No deseo que alguien busque derrotarme. Me aflijo ante la sola idea de tener que demostrar algo a otros. ¿Por qué iba a demostrar nada? para empezar, ya admití que no sé mucho...demostrar implica, pienso, grados de seguridad estratosféricos. Implica someterse a juicio, implica legitimar el juicio de otro con el solo acto de acceder a dicho escrutinio. Implica amputarnos las posibilidades, encerrarnos a voluntad en la caja. La pregunta "¿qué planes tienes para el futuro?" parece cada vez más estúpida. Honestamente, ¿de qué sirve que me pregunten eso si la respuesta esta prefabricada?. La pregunta no es pregunta, no implica un "¿qué quieres?"...por lo pronto sería recomendable dejar de preguntarnos "¿qué podemos esperar?". Porque eso lleva subrepticiamente inscrita otra idea, una terrible: esperar de...¿de quién?
¿Qué podemos esperar? | ¿Qué queremos? 
Me parece dicotómico ahora. ¿Por qué?. Porque esperar se proyecta al futuro. Esperar se abraza estrechamente a la planificación, a la proyección de algo que deja de ser posibilidad y se disfraza de deseo, o peor aún, de necesidad; allí es cuando nos aniquila. Por otro lado ¿qué queremos?...no tenemos porque querer en futuro. De hecho, es mucho más bello un "quiero" que un "quisiera".  Es más bello porque existe, vive, porque se ríe del futuro con la luminosidad que solo posee el ahora y que el mañana le envidia entre esperas opacas. 

Carla. 

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