lunes, 4 de agosto de 2014

Cosas profundas, palabras sencillas

Siempre he admirado, a veces hasta envidiado secretamente -desde las sombras donde tal sentimiento se oculta- la capacidad de algunas personas para expresar ideas profundas, complejas, revolucionarias incluso, con palabras sencillas y manejadas por la mayoría de la población. Ciertamente, como deja ver mi confesión, tal don me es esquivo, puedo intentar imitarlo, pero nunca llego hasta ese resultado deseado. Porque no se trata sólo de decir lo que sea que se piense, en las palabras que vengan a la mente más espontáneamente, no se trata de hacer un uso simplista del lenguaje, sino de usarlo bien. A muchos molesta y enloquece toparse con algún autor o autora que se dedique a ornamentar sus textos con cuanta frase rimbombante encuentre como quien pintase un cuadro barroco, deja de ser un asunto estilístico y pasa a ser la cualidad más prominente del trabajo: el punto se pierde entre parpadeos arrítmicos y somnolientos, la lectura pasa a ser la lucha por mantenerse despierto/a.
Pero hay algo más que admiración o envidia en mi observación del escribir de algunos/as autores/as. También he sentido grandes cuotas de indignación hacia ellos/as, sobre todo cuando alcanzan el reconocimiento mundial, cuando se han convertido en eminencias indiscutidas de su arte, cuando ya nadie los cuestiona o siquiera se pregunta si el paso del tiempo los ha mitificado o si realmente eran geniales. Pero más aún, cuando tales figuras han alcanzado el embalsamamiento de la historia escrita, por haber dicho o escrito ideas que la mayoría ha pensado o imaginado alguna vez, pero que jamás había pensado que eran dignas de ser escritas. Quizá eso me ha provocado indignación casi infantil porque, tal vez, posiblemente, estos/as autores/as escribieron tales ideas -que muchas veces suenan a obviedades- porque se tomaron a si mismos con más seriedad de la que hacemos la mayoría, o por el contrario, se tomaron menos en serio que la media. Entonces no solo utilizan palabras sencillas para decir cosas profundas, sino que cosas que a simple vista suenan simples y sabidas, resultaron ser cosas profundas cuando ellos las dijeron. Y, de pronto, tal idea pasó a tener dueño, creador, representante. Ya no era más idea del mundo, de la humanidad; pasó a tener firma, industria, premio nobel.
Y así es como, algunas décadas después  los/as pobres mortales, convencidos de estar en posesión de las verdades del universo, nos encontremos inesperadamente con que éstas ya han sido expuestas en latitudes extranjeras, con que una vez  fueron cosas profundas, pero que hoy son sólo frases pre construidas, recursos omnipresentes del manoseado discurso posmoderno; lugares comunes, rimas, mitos y leyendas.

Repetición continua y molesta de palabras conocidas hasta que éstas quedan desprovistas de sentido. 


Carla

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