Llega cierto momento en nuestras cortas y caóticas existencias, en el que parece una tarea imposible quitar una determinada idea de nuestras mentes. Huimos de su tormentosa presencia recurriendo a los más variados artilugios –la mayoría de ellos herramientas de autoengaño-, para así perder mágicamente la consciencia de esa idea. Una de ellas es sin duda el “problema de la falta de talento”.
¿Quién no ha pasado por la instancia en la que pone en tela de juicio las capacidades que le definen? “Definen”, vendría siendo la palabra clave. Porque es archiconocido el hecho de que dichas dudas abundan en determinada etapa de nuestra vida –que aquí no nombraremos por autorespeto-. ¡Oh maldito momento en el que tu compañero de curso tocaba la guitarra, el bajo, la batería, o cualquier instrumento, lo importante es que sonase bien! , ¡Oh desgraciados concursos de fotografía, arte, baile o literatura en los que o no participabas porque no te creías lo suficientemente bueno o porque lisa y llanamente no tenías con que participar! Un sinfín de momentos como esos plaga nuestras respectivas adolescencias y parte de nuestra adultez. Es ese “estar siempre mirando al vecino” que nos fastidia y nos avergüenza, que nos hace sentir culpables y que al mismo tiempo nos motiva a intentar algo, cualquier cosa…proyectos con principio pero jamás con fin.
Somos copiones, reconozcámoslo. Queremos hacer y tener lo mismo que el otro, pero distinto. Y el hecho de que sea distinto, no sé bien si se debe a un intento por respetar la propiedad intelectual del resto –por decirlo de alguna manera- o simplemente a una auto-justificación para no sentirnos tan éticamente perversos. Lo cierto es que al final del día estamos igual que como estábamos al principio: en el limbo. En la eterna fermentación del rencor que produce el “ser del montón”, en la permanente promesa de revancha –ojo, revancha por justicia divina, fuerzas cósmicas o cualquier otra mano ajena; nunca la propia porque ahí sería inmoral pues-. Permanecemos en la constante búsqueda de algún talento o capacidad distintiva, la cual sabemos, que de hacer acto de presencia algún día, nos incorporará inmediatamente a algún grupo definido por ese talento o actividad. Y que ahí diríamos “no señor, como es la cosa. No puedo pertenecer al grupo, tengo que diferenciarme de él también”. Y entonces partimos nuevamente a buscar lo imposible, a perseverar en lo absurdo, a pelear las batallas ya perdidas. A tratar de abrazar con vehemencia nuestra preciosa individualidad, sin darnos cuenta de que en el acto no hacemos otra cosa que sacrificarla.
Carla.

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