viernes, 30 de septiembre de 2011

(¿La esperanza es lo primero que debe perderse?)

No faltan los días en los que nos sentimos angustiados, estresados, amargados, melancólicos, enrabiados y asustados frente a la perspectiva del futuro. Sabemos que no nos hace bien andar pensando qué es lo que va a ocurrir mañana o vivir postergando las cosas porque no queremos hacerlas hoy.  Somos conscientes de que gran parte de nuestros errores presentes se los podemos atribuir a la planificación futura y que si somos o nos sentimos infelices alguna vez, también buena parte de la culpa se la lleva esa misma planificación; la constante creación de expectativas, la idealización del mañana; la creencia en esa frase cliché, interiorizada tan tempranamente que es como si hubiera ocurrido cuando eramos no natos, que dice: "La esperanza es lo último que se pierde". ¡FALSO!, debiésemos luchar contra aquella convención absurda, que sólo contribuye a aumentar nuestra intolerancia a la frustración -a largo plazo-. Sí, es cierto, muchas veces la idea de que existe algo mejor de lo que tenemos, la convicción no racional de que todo va a estar bien, de que algo espera allí, de que hay un fin último; ofrece consuelo cuando los días se vuelven pesados, cuando algo no nos sale bien, cuando sentimos que se comete una injusticia o cuando algo que creíamos haber hecho bien es juzgado de la otra manera. Y no es que crea que aquellas ideas positivas sean imposibles, tan sólo creo que tendemos a llevarlas al extremo. Porque cuando se cumple lo impostergable, es decir, cuando el futuro se convierte en presente y el presente en pasado y nos toca el infortunio de ver como nuestras expectativas deben seguir depositadas en un nuevo futuro, nos hacemos el doble de daño, nos martirizamos y caminamos por el mundo liberando tensiones contra lo primero que se cruce en frente: desde el celular, pasando por el control de la tele, por la familia, los amigos, el perro, la señora del quiosco, etc. ¡Y pobre del que se nos cruce en la calle en horario peak o del micrero que no nos acepte el pase escolar!, ahí...asesinamos -con la mirada por último-.
Es tanta nuestra obsesión, que de hecho podríamos culpar a este asunto de nuestra enfermedad crónica: "la falta de tiempo", porque casi todo lo que hacemos en tiempo presente lo hacemos a medias, pues parte de ese bien no renovable la invertimos fantaseando sobre el futuro y obviamente en el futuro volvemos a repetir la fórmula. Poniendólo así, ¡que necios somos!. 
¿Pero que soluciones podemos ofrecer?, parece que aquí nos dedicamos únicamente a exponer problemas...y bueno ahí tienes la solución: es preferible descargar frustraciones así antes que frente a cualquier pobre inocente, porque maldita sea que molesta cuando lo hacen contigo, ¡maldito el profe que llega a clases con las mañas y te quita la prueba porque miraste una mosca! -mosca se llama ahora-. Hablando en serio, siempre es mejor tomar aire y seguir caminando, si quieres puedes romper algo sin valor o pegarle a tu mejor amig@, pero ojalá, nunca, nunca, pensando en lo que vas a hacer después.
Carla.

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